Cada vez que vuelvo por aquí tengo la sensación de volver a mi casa del pueblo (aunque no tengo pueblo) después de varios años sin visitarla. Es como volver al hogar. Estos años he estado viviendo de alquiler en otros lares (sobre todo Twitter e Instagram). Y digo bien, de alquiler, porque en esos sitios, aunque no pagues cuota, pagas con tus datos, tus contenidos y tus interacciones. El blog, esta casa, es mía (bueno, pago alquiler a una empresa de hosting), la he decorado como quiero (aunque igual le hace falta un lavado de cara) y, mientras haga copias de seguridad, su contenido me pertenece y ningún moderador o dueño de red social me lo podrá borrar.
En los últimos meses, la evolución de X (antes Twitter) ha generado debates intensos sobre el rol de las redes sociales en la difusión de mensajes de odio y la responsabilidad ética de sus dueños. Este tema, que me toca especialmente por mi experiencia en la Red Europea contra la Radicalización, ha sido objeto de reflexión en mis últimos tuits, y quiero compartir aquí algunas conclusiones más desarrolladas.
El dilema de X: ¿abandonar o resistir?
X se encuentra en una encrucijada peligrosa. Desde que la plataforma pasó a manos de un propietario cercano a tesis de extrema derecha como Elon Musk, ha habido indicios de que los algoritmos privilegian contenidos que alientan la desinformación, los bulos y las teorías de la conspiración. Esto ha llevado a algunos medios y usuarios a abandonar la red.
Mi análisis divide a los usuarios de X en cuatro grandes grupos:
Bots, con fines automatizados y muchas veces desinformativos.
Cuentas extremistas, negacionistas y conspiranoicas.
El público general, que utiliza la red de manera informal, para informarse, seguir a amigos o famosos, leer de deportes, etc. (y que son la mayoría)
Personas comprometidas con los derechos humanos, el cambio climático, que trabajan contra los mensajes de odio o antirracistas y que muestran gran preocupación con el uso de las redes sociales para difundir mensajes de odio.
El problema radica en que, si bien el cuarto grupo está abandonando la plataforma (y también del tercer grupo, hartas de un ambiente tóxico) su marcha podría dejar todo el espacio a los mensajes más extremistas y que han enfangado esta red social. Esto plantea una pregunta crucial: ¿es mejor quedarse y contrarrestar esos mensajes, o irse y dejar que el espacio sea dominado sin oposición?
Estrategias de respuesta ante la radicalización en redes
En mi tiempo en la Red Europea contra la Radicalización, vimos cómo campañas diseñadas para contrarrestar el extremismo funcionaban eficazmente cuando contaban con el respaldo de la propia red social. Por ejemplo, Meta tuvo buenos resultados en su lucha contra el islamismo radical y el racismo. Sin embargo, este enfoque se complica enormemente cuando la plataforma misma promueve los mensajes extremistas.
Si bien una salida masiva de usuarios y medios podría debilitar económicamente a X, este escenario no es sencillo. El propietario puede estar dispuesto a asumir pérdidas económicas con tal de avanzar su agenda política. Por otro lado, dejar la plataforma podría equivaler a abandonar un barrio en manos de extremistas, lo que solo agrava el problema para quienes no tienen alternativa.
Mi decisión: un pie en cada lado
La verdad es que no tengo una respuesta clara. A veces es necesario «respirar», alejándonos de los espacios tóxicos; otras veces, toca arremangarse y resistir. Por ahora, he decidido explorar alternativas y ampliar mi presencia digital. A partir de ahora podéis encontrarme también en Bluesky, una red social descentralizada que se perfila como una opción interesante para quienes buscan una comunidad más ética y constructiva.
Mi usuario en Bluesky es @paulrios.bsky.social. De momento, me siento a gusto allí, aunque tengo significativamente menos seguidores que en Twitter (no me hago a llamar X a esa red). El ambiente es más respirable.
Espero que nos podamos encontrar por allí, o por aquí, quien sabe, o mejor por la calle. Lo importante es conversar desde el respeto.