El pasado 16 de junio víctimas plurales dieron a conocer los resultados de la denominada iniciativa «Glencree». Desde el año 2007 un grupo de personas que ha padecido vulneraciones de Derechos Humanos ha venido desarrollando una actividad para compartir experiencias, conocerse mutuamente y reconocer al otro «superando las barreras y estereótipos».
La iniciativa representa una poderosa imagen de empatíaentre personas a las que une haber «sufrido una violencia radicalmente injusta» y haber «padecido la negación, el olvido o el abandono por parte del perpetrador». Subrayan que han sido capaces de llegar a «esta conciencia compartida escuchando al otro, dialogando y buscando el encuentro». Es más, no se limitan a mirar hacia el pasado sino que muestran una voluntad de compromiso hacia la sociedad subrayando «nuestro deber hacia los demás».
Puede existir la tentación de tratar de utilizar esta iniciativa como ejemplo de lo que deben hacer las víctimas de la violencia. Es necesario tener en cuenta que las víctimas participantes en la iniciativa Glencree son personas excepcionales que decidieron dar el paso de intentar comprender al otro. Han mostrado una generosidad y una capacidad para la que, ciertamente, no todas las víctimas están preparadas. Cada una de ellas gestiona su dolor y su sufrimiento de diversas maneras. Ya es bastante complicado para ellas como para que ahora la sociedad les exija hacer un ejercicio semejante. De esta manera, a la victimización producida por la violencia se le podría añadir una nueva victimización al sentir la presión de la sociedad para que den pasos que no quieren dan o para los que, simplemente, no están preparados.
En cambio, la iniciativa «Glencree» debe ser un aviso y un acicate para la sociedad vasca. Personas tan diferentes, que además han sufrido tanto, han sido capaces de hablar y de escucharse, de reconocerse y respetarse, de mirar al futuro porque aspiran a una «convivencia pacífica, respetuosa y constructiva en el seno de una sociedad plural, libre y justa». Si ellas han podido, nada justifica que la sociedad vasca no pueda. En ese sentido, si para las víctimas hacer un ejercicio de empatía como este no puede ser una obligación, la sociedad vasca, en cambio, sí tiene el deber de esforzarse por reconocer y respetar al otro ya que es la base para una convivencia pacífica.
La propia iniciativa de estas víctimas transmite una invitación a la sociedad en su conjunto, animando a una revisión autocrítica del pasado y a emprender o seguir el camino que ellas han recorrido. Es un ejercicio que, como sociedad, tenemos que hacer. Sobre estas dos bases se podrá construir una convivencia inclusiva. La autocrítica no debe quedarse en un mero ejercicio de memoria, aunque es también importante, sino que representa la base para articular un compromiso firme de no repetición de tantas vulneraciones de Derechos Humanos. En cuanto a recorrer el camino de la empatía y el respeto, la creación de espacios de encuentro, diálogo y escucha a nivel social permitirá superar los muros de incomunicación que se han levantado durante todos estos años. La sociedad vasca debe esta contribución a las víctimas, a las del pasado, como reparación, y a las del futuro, para lograr que no haya ni una persona más que vea vulnerados sus derechos.
(Este es el editorial que he escrito para el número 40 de la revista Haritu)
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